Reseñar el trabajo de Waqas Khan ha despertado en mí cierta curiosidad en la producción artística de un país como Pakistán, evocador de convulsiones políticas y religiosas, así como de los contrastes que caracterizan a las culturas mayoritariamente musulmanas.
Esta curiosidad ni radica en la cantidad ni en la calidad de su arte, sino en los mecanismos que garantizan la difusión, y con suerte venta, de una pieza. Pasos vacilantes que pueden tropezar con ideologías, géneros o las herramientas de control que toda sociedad aspirante a un equilibrio despliega en mayor o menor medida.
El arte que quería ser contemporáneo
El arte contemporáneo pakistaní es una realidad. Una realidad que, como en el resto del mundo, tiene un hueco en los mercados, genera rupias y pone en movimiento discursos que, más que enfrentarse a la tradición, la intervienen en beneficio de nuevas lecturas. Su demografía es modesta, las escuelas de arte que realmente generen profesionales contadas, pero, como clásica contrapartida, las limitaciones refinan los discursos y otorgan cierta épica al oficio, si es que decides vivir de él en tu tierra natal y huir de los cantos de sirena de los grandes mercados, los mismos que hablan el idioma de los soldados que se pasean por tus fronteras sirviendo a estrategias que buscan pacificar corazones y bolsillos.
En Pakistán, el artista, el curador y el galerista son individuos que residen en estratos difusos, pero reales. Tres especies que juegan con diferentes reglas y cuya interacción en los últimos años ha dado frutos que han recorrido kilómetros y kilómetros. Existe un antes y un después tras el primer desembarco serio de artistas pakistaníes en territorio anglosajón, una muestra albergada entre 2009 y 2010 la Asia Society de New York, una colectiva llamada “Hanging Fire” con lo mejor del arte contemporáneo del país.
Los 15 artistas reunidos por Salima Hashmi exhibieron tendencias, técnica y saludables contradicciones, como la confrontación entre fundamentalismo y arte pop, la vida rural y el crecimiento urbano, o el papel social de la mujer.
La delgada línea del folklore
Si algo caracteriza al arte contemporáneo pakistaní son sus fuertes raíces tradicionales. Los colores, motivos y figuras beben de influencias centenarias, sabiendo vestirse de actualidad sin caer en la secularización. De ahí que encontremos desde denuncias explícitas a la violencia sectaria o narrativas donde homosexualidad y mitología caminan de la mano.
Estamos pues ante un escenario amplio, variado y de brillo tímido que aguarda a futuras bonanzas para crecer y reconstruir la línea temporal que desdibujaron las convulsiones.
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